El ‘trumpismo’ ha abierto su segunda caja de Pandora

David Torres

Una nación edificada sobre los hombros de la inmigración como Estados Unidos debería contar ya con un mecanismo que legalmente detectara y, por ende, detuviera de inmediato todo indicio de racismo y de retórica antiinmigrante de cualquier aspirante presidencial.

Es decir, una especie de filtro legal que descalificara desde el seno de los propios partidos políticos y de las instancias electorales de registro de candidatos a quienes con actitudes, discursos y sobre todo propuestas xenófobas intentaran impulsar campañas a partir del odio, del terror y de la exclusión.

Esto, por contravenir la historia, la filosofía, la cultura o los principios éticos de la democracia, que siempre aspiran a la igualdad y al equilibrio de poderes —independientemente de la ideología o de la posición política— en el marco del desarrollo y del beneficio de las sociedades en su conjunto, y no de su involución hacia niveles retrógrados que contradigan los avances de la humanidad, de sus valores y de sus derechos.

En pocas palabras, para no repetir etapas ignominiosas en que en otras latitudes el género humano tuvo todo que perder, incluso la vida, a manos de autócratas de cualquier signo que solo aspiraban a perpetuarse en el poder, azuzando a sus seguidores a destruir “al otro”, al que no era como ellos.

Es, claro, una utopía que equivale a predicar en el desierto en este preciso momento de la historia de este país, que dejó pasar en 2016, con complacencia engañosamente democrática, a quien ahora pretende reelegirse con la misma estrategia antiinmigrante y de racismo que potenció hace un par de noches en Orlando, Florida, mediante un despliegue de histrionismo bien calculado ante un torrente de seguidores que lógicamente hicieron eco de todas y cada una de sus estudiadas poses, así como de sus expresiones verbales, gesticulaciones y eslóganes preparados para digerir sin dificultad.

Y todo a costa de los “enemigos” que ha convertido en objetivo de sus políticas: los inmigrantes. Especialmente los que no le agradan, los que no son, por ejemplo, “de Noruega”.

Con base en ese escenario, las semanas y los meses que vienen no serán fáciles para millones de familias inmigrantes. Sobre todo para aquellas que el presidente de Estados Undos ha escogido nuevamente para descargar todo el peso de su retórica antiinmigrante y a quienes ha amenazado con deportar “por millones” a partir de la próxima semana.

En efecto, la estrategia antiinmigrante dio buen resultado a Donald Trump la primera vez porque despertó en cierto segmento de la población estadounidense un sentimiento entre racista y xenófobo que, ahora sabemos, siempre estuvo latente, pero medianamente dormido, hasta que lo despertó por completo con su retórica de odio, como una especie de “flautista de Hamelin” perverso.

Pero crear la imagen de ese “otro” que “se aprovecha” del pobrecito sistema estadounidense, no es más que apostar otra vez por el recurso del miedo, con amenazas e insultos, pero que por evidentes podrían estar produciendo un efecto “bumerán”. Esto se ha podido comprobar con los resultados de una reciente encuesta de la firma Mason-Dixon, que revelaron que el 56% de los votantes hispanos de Florida respondieron que votarán contra Donald Trump para que no se reelija, en tanto que el 61% de las hispanas rechaza que el presidente repita en la Casa Blanca en 2020.

Sin embargo, más envalentonado que nunca, el mandatario que busca la reelección ha destapado una temeraria segunda caja de Pandora, con lo que es fácil prever que lo que veremos en el corto plazo serán nuevos ataques a nuestro idioma, insultos a minorías, burlas a los de piel morena o a quienes tienen acento. En fin, a quienes no se parecen al “modelo Trump”.

Pero mientras los epítetos que el presidente de Estados Unidos ha proferido con dolo hacia los inmigrantes que no son de su preferencia aún retumban en todos los puntos cardinales del planeta, ahora mismo hay alrededor de 70 millones de desplazados por las guerras y la violencia, un incremento de más de dos millones de personas en esa situación, según el más reciente informe del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Su responsable, Filippo Grandi, tuvo a bien advertir a los líderes de las potencias mundiales, especialmente a Estados Unidos, que calificar a los migrantes y a los refugiados como “amenazas” para el empleo y la seguridad es perjudicial, pues dichas personas no son más que víctimas que huyen precisamente de la inseguridad y de situaciones que ponen en riesgo sus vidas y las de sus familias. Situaciones que no crearon ellos, sino precisamente agentes externos con poder y con recursos.

No es seguro que el “trumpismo” reflexione en torno a una realidad que nos supera como género humano, sobre todo en un momento en que se está viviendo el preámbulo de una transformación social excluyente en Estados Unidos. Pero cualquiera que sea el resultado de esta nueva arremetida contra los inmigrantes, habrá que hacer todo lo posible por evitar que esa violenta retórica verbal le abra la puerta al fascismo.

David Torres

David Torres