La amenazada esencia estadounidense de los Dreamers

David Torres

El nuevo revés que han sufrido los Dreamers, ahora a manos incluso de quienes habían jurado abanderar políticamente hasta sus últimas consecuencias su derecho de pertenencia a esta nación, sirve de parámetro para darse cuenta de al menos tres cosas: del tipo de país en que se ha convertido Estados Unidos en el último año; de que la natural diversidad demográfica quiere ser detenida por decreto, y de que en política las promesas, vengan de donde vengan, sólo son un “entretenimiento” ideológico para lograr otros fines.

Como nunca antes, el inmigrante —como concepto y como ser humano— ha recibido en estos poco más de 365 días del nuevo gobierno ataques directos e indiscriminados de los que él mismo se da cuenta de inmediato gracias a las nuevas plataformas de comunicación, a diferencia de otras épocas en que los decretos y, en general, los mensajes de odio racial tardaban en llegarle, aunque con la misma visceralidad que se experimenta en estos días. La experiencia antiinmigrante contra italianos, irlandeses, asiáticos y mexicanos estuvo plagada de dichos ejemplos.

Ese actual rechazo desde el poder ha creado al mismo tiempo una articulada resistencia para defender no sólo una causa legítima, sino, como lo han demostrado los Dreamers, la lucha por evitar ser excluidos del único país que reconocen como hogar, al cual arribaron siendo menores de edad sin que supieran en realidad adónde llegaban y en donde por derecho propio han decidido continuar definiendo su futuro y su existencia.

Es precisamente esa parte la que ciegamente no entienden los antiinmigrantes y que disfrutan cuando se inflige otro duro golpe al inmigrante, al Dreamer, como ha ocurrido ahora con el acuerdo de no incluir DACA para poder reabrir el gobierno y al cual cedieron inentendible y lamentablemente los demócratas encabezados por el senador Chuck Schumer.

En esa disyuntiva, en ese limbo político-migratorio, se encuentra en este momento la vida de unos 800,000 jóvenes a quienes afecta directamente la falsa interpretación racial de la historia que ha puesto en práctica la actual Casa Blanca y todos los que en ella trabajan, tratando con toda la xenofobia posible de “limpiar” de minorías, de gente de color, este país que el “trumpismo” reclama como “legítimamente” blanco, olvidando por supuesto a los pueblos originarios de estas tierras.

La promesa republicana de someter a consideración del Senado para más adelante los temas de inmigración y DACA sabe a poco, tomando en cuenta la rapacidad y falta de respeto con que han actuado quienes dirigen el país, empezando por el presidente, quien a medias se comprometió, tras quedar superado el cierre del gobierno, a llegar a un pacto a largo plazo sobre inmigración, “si, y solo si, es bueno para el país”.

La pregunta es de qué país está hablando: ¿del que excluye por decreto a los inmigrantes que han considerado a Estados Unidos como el único faro de esperanza para ellos y sus familias en esta específica etapa de la historia de la humanidad?

Es esa retórica xenófoba que se lee entre líneas la que no termina de cuadrar en el ámbito de las promesas, sobre todo cuando un solo partido que ha decidido defender dicha forma de ejercer el poder es el que controla todo —Presidencia, Cámara de Representantes y Cámara de Senadores—, mientras el otro cede en el momento que más se le necesitaba.

Aun así, los Dreamers seguirán siendo el mejor ejemplo de la esencia política, económica, social y cultural de la que está hecha esta nación que, paradójicamente, los quiere expulsar.

David Torres

David Torres