Madrid, 25 feb (EFE).- Cuando la guionista Paz Alicia Garciadiego enseñó a su esposo, Arturo Ripstein, el libreto de “El diablo entre las piernas”, una historia de maltrato, deseo y sexo entre una pareja de ancianos, le advirtió de que nunca se filmaría. Pero él le prometió que batallarían “hasta el delirio” para lograrlo.
Este drama en blanco y negro, que se alzó con la Biznaga de Plata a la Mejor Dirección en el pasado Festival de Málaga (sur de España), y en el que el reconocido director mexicano de 77 años admite “muchísimos toques autobiográficos”, se estrena en cines españoles este viernes 26 de febrero.
Una película de dos horas y media que choca con la cultura de los episodios: “Internet lo que ha hecho es darnos velocidad y que todo tenga una satisfacción instantánea”, pero “el arte es una mirada envolvente, de alguna manera lenta, no quiere decir que aburrida”, defendió Ripstein durante una charla con Efe por videoconferencia, desde su casa en Ciudad de México, en la que se define, entre risas, como “largo, lento, pesado, fastidioso, majadero”.
PREGUNTA.- No pudo venir a recoger su premio en el Festival de Málaga por la pandemia. ¿Espera hacerlo próximamente?
RESPUESTA.- Me encantaría por saber que puedo regresar a España, estamos aquí circunscritos por los hados y el destino, no por la voluntad. Por supuesto España es mi otra casa, y la nostalgia ya me pegó. Estoy esperando que en cualquier momento, y espero que sea rápido, me llamen para vacunarme.
P.- ¿Cómo le ha afectado a usted además en su trabajo y en su vida este virus?
R.- Llevo 11 meses encerrado. Empezó con mucho tiempo de angustia y luego se cambió por una cosa que es mucho más radical y profunda que se llama la tristeza. Primero fue el espanto y ahora es la tristeza, no sé si esto es ya un camino sin retorno, espero que no (ríe).
P.- ¿Podría salir algún hijo de esta pandemia, desde el punto de vista cinematográfico?
R.- No estoy seguro. Mis obligaciones en este caso han sido jugar a tener una pequeña rutina: salir muy poco, salvo alguna visita al médico o a la tienda de aquí abajo a comprar y alguna visita a mi hijo. Yo no cocino, pero me ha tocado dar su alimento a Paz Alicia durante casi un año. Ha sido un experimento en el equilibrio, lo más peligroso posible. Y caminar un rato dentro de la casa, que es muy difícil porque es pequeña, y después leer, ver un rato la televisión, y tratar de evitar los noticieros, porque te remiten al pozo profundo del desengaño y el horror.
P.- “El diablo entre las piernas”, a pesar de la sordidez me ha parecido en cierto modo vitalista, una muestra de cómo nos agarramos a la vida, no descansamos de las obsesiones que nos hacen humanos porque cumplamos años. ¿Eso es bueno o malo?
R.- Esto es buenísimo, la palabra clave, que usted menciona, es vitalista. Pocas cosas hay que sean tan enaltecedoras como el rencor, el odio, la revancha. Es un camino pedregoso, pero un camino sin fin.
P.- ¿Qúe dosis de realismo hay en sus películas?
R..- ¿El cine puede acercarse a la realidad? El mío no, está muy lejos de eso. En mi carrera nunca he pretendido hacer una película política, antropológica o sociológicamente válida. Lo que hago es entrar en un lienzo donde cuento un cuento. Es el don que se me ha dado y lo he hecho lo mejor posible, a veces sin resultado.
P.- Hay algunos temas que son tabú en el cine y que ustedes abordan aquí, como el sexo en la vejez
R.- Lo singular en el guión de Paz es que en las muchas películas que hicimos después de treinta y tantos años hemos discutido mucho qué queremos hacer. Una vez que Paz está metida en su estudio, yo sé por dónde camina. En el caso de esta película, se metió en su estudio y no me dijo una sola palabra. Terminó escribiendo este guion y me dijo, “mira, velo a ver qué te parece, porque es un guion que yo trabajé para mí y no se va a filmar nunca”. Y es lo que a ella le permitió usar las alas. Cuando lo leí, dije: “por supuesto que se hará y batallaremos hasta el delirio para que se haga”. Y curiosamente no fue dificilísimo convencer a Mónica Lozano, la productora, de que entrara a hacer esta película. Nos dijo “me gusta”, y tuvimos un buen comienzo, y todo funcionó espléndidamente hasta que nos atacó el virus marciano.
P.- Es inevitable imaginar, siendo su mujer la guionista y usted el director, que pueda haber algún toque autobiográfico en la historia
R.- La respuesta es sí: hay muchísimos toques autobiográficos. Ya lo decía Matisse en algún momento: “cuando yo pinto una puerta, pinto un autorretrato”. Por supuesto, estoy metido dentro aunque sea en pequeños trazos, o en enormes momentos. Ser yo me permite entender como puedo estructurar una película, a partir de lo que veo, hago, digo y no entiendo, que es prácticamente todo en la vida.
P.- Es una película larga pero cada vez más se tiende a las cápsulas, los episodios cortos, la interrupción… ¿se puede aspirar a una atención de horas?
R.- Internet lo que ha hecho es darnos velocidad y que todo tenga una satisfacción instantánea. Y no, el arte es una mirada envolvente, de alguna manera lenta, no quiere decir que aburrida. En ese marasmo, en esa locura, entrar en una película que se digiere con lentitud y con dificultad, es un enorme reto al que yo le he apostado siempre. Reto no me gusta, es una palabra fácil y vaga. No es un reto, son mis ojos, y mis tripas y mi corazón. Son mis instrumentos de trabajo. Eso soy yo. Largo, lento, pesado, denso, fastidioso, majadero, todas estas cosas. (ríe). Info, Prensa Mexicana
Marina Estévez Torreblanca