Por: Oscar Müller C.
“Mueran los gachupines” era el grito que vociferaban las turbas enardecidas durante la guerra interna que se desató en lo que fuera la Provincia de la Nueva España y el gobierno Virreinal de la Corona Española. Esa proclama representaba el temor para todos los españoles que se encontraban en el territorio ultramarino controlado por la corona ibérica y estas huestes enfurecidas no mataban solo a los españoles que encontraban en su camino, sino a aquellos que por su piel blanca pudieran suponer calificaban en el objeto de su odio.
Las matanzas de peninsulares más sobresalientes fueron las de Guanajuato, Valladolid y Guadalajara, pero no eran causales, en el estudio de Marco Antonio Landavazo, se menciona como estos asesinatos eran parte de la consigna de levantamiento que se había planeado por los insurgentes, se mencionan fuentes como el historiador Lucas Almazán, quien hace referencia a los testimonios de los señores Joaquín Arias, Mariano Galván y Rafael Gil de León, quienes acudieron ante autoridades virreinales a denunciar que los planes de los rebeldes incluían la muerte por degüello de los europeos que pudieran atrapar.
Esas matanzas eran planificadas y formaban parte de una política de terror que, a su vez, era parte del actuar de los líderes de la Insurgencia, quienes alentaban a las turbas a realizar sus propias matanzas, las que, al no ser planeadas, incidían en el caos que acarreaba la muerte de gente que no calificaba en el objeto de xenofobia que inicialmente se habían planteado los líderes de la revuelta.
Esto se presentó básicamente durante los dos primeros años de la insurgencia, pues durante los siguientes nueve años la que fuera Guerra de Independencia que casi culmina con la toma de la ciudad de México, se convirtió en una guerra de guerrillas sin que se afectase mucho al gobierno colonial. Pero las circunstancias políticas que se dieron en la España Napoleónica, así como las ideas de la ilustración que corrían ya libremente por las provincias de América, trajeron consigo que se buscase crear una monarquía propia e independiente en la Colonia de la Nueva España y quien fuera el líder militar de las tropas realistas, Agustín de Iturbide, se adecuó a esa idea y entró con el ejército a la capital virreinal, proclamándose el Primer Imperio en septiembre de 1821.
Las circunstancias políticas fueron variando: para 1823, México era ya una nación constituida como una República Federal; para 1824, se expide la primera Constitución que delimita esa forma de gobierno; aunque los roces diplomáticos con el gobierno español no habían cesado y este no había reconocido la independencia de la provincia de América.
No fue sino hasta 1836 que ambas naciones decidieron dar por concluidas sus rencillas y el 28 de diciembre de 1836, se firmó el tratado de paz y reconciliación entre ambas naciones, del que considero rescatables las siguientes frases:
“Que habiéndose concluido y firmado en Madrid el día veintiocho de diciembre del año de mil ochocientos treinta y seis un Tratado de Paz y Amistad entre esta República y Su Majestad Católica la Reina Gobernadora de las Españas, por medio de Plenipotenciarios de ambos Gobiernos autorizados debida y respectivamente al efecto, cuyo tenor es como sigue:
“… deseando vivamente poner término al estado de incomunicación y desavenencia que ha existido entre los dos Gobiernos y entre los ciudadanos y súbditos de uno y otro país, y olvidar para siempre las pasadas diferencias y disensiones, por las cuales desgraciadamente han estado tanto tiempo interrumpidas las relaciones de amistad y buena armonía entre ambos pueblos, aunque llamados naturalmente a mirarse como hermanos por sus antiguos vínculos de unión, de identidad de origen y de recíprocos intereses; han resuelto, en beneficio mutuo, restablecer y asegurar permanentemente dichas relaciones por medio de un tratado definitivo de paz y amistad sincera.
… La Reina Gobernadora de las Españas, a nombre de su augusta hija doña Isabel II, reconoce como Nación Libre, Soberana e Independiente la República Mexicana, habrá total olvido de lo pasado, y una amnistía general y completa para todos los mexicanos y españoles, sin excepción alguna, que puedan hallarse expulsados, ausentes, desterrados, ocultos, o que por acaso estuvieren presos o confinados sin conocimiento de los Gobiernos respectivos, cualquiera que sea el partido que hubiesen seguido…”
Es entonces que México como nación soberana acordó olvidar las rencillas que se tenían para con España y establecer La Paz y la hermandad, reconociendo los vínculos que unen a ambas naciones, tanto consanguíneos como culturales.
El reconocimiento que se hace en ese tratado conlleva la aceptación de que México es una nación soberana y por consecuencia, un rompimiento de las estructuras coloniales por parte de la corona de España.
En los últimos años se ha despertado desde la Silla Presidencial un afán de antagonismo hacia España que raya en la xenofobia y el fomento con recursos públicos, de esa discriminación, por parte de quien detenta el poder ejecutivo, violenta al Derecho Internacional pues el tratado de paz, hermandad y amnistía antes mencionado va a cumplir casi 2 siglos y si hoy desde el poder se promueve el romper voluntariamente con compromisos adquiridos, definitivamente se está fomentando el irrespeto hacia la ley y el Estado de Derecho.