Ciudad de México, 22 may (EFE).- Para la barra del Atlético de Madrid en México lo mejor del título de liga conquistado este sábado fue que llegó acompañado del sufrimiento esperado por cualquier hincha colchonero que se respete.
“Ser del Atleti es una manera poética de ver la vida, no es que nos guste sufrir, pero lo aceptamos”, aseguró a Efe el alpinista Pachi Navajas, quien encabezó con oficio de director de orquesta los festejos en la Ciudad de México del undécimo título del equipo dirigido por Diego Simeone.
Un minuto antes de empezar el partido con el Valladolid, los aficionados entonaron el himno colchonero, acto con el que hicieron un traslado mental al estadio José Zorrilla, casa del Valladolid, donde vencieron por 1-2 al equipo local.
La fiesta transcurrió según el guión esperado para cualquier seguidor del equipo, con sufrimiento al principio y un festejo con tintes de catarsis hora y pico después.
En el Centro Gallego de la calle Colima, en una céntrica colonia de la capital, más de 60 españoles, mexicanos venezolanos y costarricenses vivieron el duelo decisivo del campeonato como una historia de ficción, en la que fueron personajes en las gradas del Zorrilla.
Tomaron cerveza y vino, comieron tortilla española, levantaron banderas y entonaron cánticos hasta que en el minuto 18 Óscar Plano puso delante al cuadro de casa y provocó un silencio de 20 segundos, interrumpido cuando el grupo razonó que nada anormal pasaba para un equipo con un alto umbral para resistir el dolor.
“Atleti eres mi vida, eres mi pasión, solo te pido una cosa, que salgas campeón”, gritó en el 19 el geógrafo venezolano Fernando Caballero, quien de niño fue un buen primera base en su equipo de béisbol en Caracas, pero desde que visitó el Vicente Calderón en 1996 se convirtió al Atleti como a una religión. Sus amigos lo siguieron y volvieron a confiar.
Tomaron la canción “Guantanamera”, de Joseíto Fernández, y le cambiaron la letra: “Échale huevos, Atleti échale huevos, échale huevos, Atleti échale huevos”, repitieron con la melodía que los cubanos identifican con su héroe más querido, José Martí.
Gritaron como si creyeran que la buena vibra ayudaría. Funcionó. En el 57 Ángel Correa hizo el empate y provocó explosiones de vértigo, otra vez como si estuvieran en el estadio.
Diez minutos más tarde Luis Súarez hizo el gol del campeonato y Sofi, una niña de cuarto grado de primaria, se robó el show. Apretada a su camiseta con la firma del centrocampista Vitolo, corrió, saltó y bailó con la sinceridad que solo puede mostrar un niño. Detrás la siguieron los adultos.
En el mismo minuto en que Sofi cantaba el himno del Atleti, a un kilómetro de allí los hinchas del Real Madrid firmaron la rendición, entre ellos Gabriel, quien dice ser el mayor coleccionista de camisetas del equipo merengue en América Latina y se aferró al escudo de la suya, como naufrago a la tabla de vela un segundo antes de la ola fatal.
En el tiempo de descuento los vestidos de blanco y rojo asumieron que el milagro mayor era cosa hecha. Entonces, olvidados de las máscaras para la COVID porque casi todos están vacunados, esperaron el final y al llegar, gritaron, gritaron y volvieron a gritar.
Un solo ataque de lágrimas fue registrado en la hora feliz. Asustado por el ruido, el niño Juanjo, de dos años, se aferró al cuello de su madre, aunque una hora después lo vieron cumplir como alevín de colchonero, que celebró con sus mayores en la Plaza de la Cíbeles, donde Pachi Navajas aceptó que lo mejor de sufrir con su equipo, a veces es la continuación. Info, Prensa Mexicana