Madrid, 1 may (EFE).- Bajo dos ideas, la de que “la cuestión no es si la tierra tiembla, sino cómo la estás habitando” y la de que “los fenómenos son naturales y los desastres humanos”, Shu Otero ahonda en “Voces de Chimalpopoca” los motivos y consecuencias del terremoto de 7,1 grados que asoló la Ciudad de México en 2017.
A sus 26 años, esta española de orígenes mexicanos, como lo desvela su suave acento en una entrevista con Efe, ha hecho de su experiencia personal en los días en los que la tierra tembló en el DF una crónica en viñetas, llena de reflexiones, con el objetivo de analizar por qué este terremoto, que tuvo lugar exactamente el día del 32 aniversario del catastrófico seísmo de 1985, rompe de manera brutal la rutina de los ciudadanos y levanta llagas del pasado.
Porque eso es lo que pudo comprobar de primera mano en la Colonia Obrera, en especial en el edificio que se derrumbó en las calles de Bolívar esquina con Chimalpopoca. Un lugar donde había una fábrica textil con muchos trabajadores en la ilegalidad.
Otero cuenta que el temblor fue el martes y después todo fue “una locura, días de mucha agitación”, justo lo que espera que transmita este cómic publicado por Astiberri.
“Y ese domingo -relata- se estaban dando por cerrados la mayoría de centros de rescate y acuerdo que hablando con mis amigas sobre las experiencias que habíamos vivido y oído me vino la idea y me dije aquí había un montón de historias con una profundidad enorme. Pensé entonces que una manera de continuar participando de todo lo que había ocurrido sería narrar las historias que había vivido y desde ese domingo que empecé a trabajar en esta historia”.
Fue así como en “Voces de Chimalpopoca” pone rostro al dolor de Jaime, uno de los que vivió en primera persona este derrumbe, o a Fernando, uno de los activistas que siguen luchando por esos familiares que perdieron a sus seres queridos en este derrumbe.
EL MISMO TEMBLOR 32 AÑOS DESPUÉS
Como bien deja reflejado Otero (Sunbilla, España, 1995) en este cómic, los habitantes de este barrio en el que ella se centra, por ser allí donde vivía, no era la primera vez que vivían algo así porque hacía 32 años, el mismo día, también sufrieron otro temblor que destruyó el mismo edificio y dejó el barro sumido en una nube de cenizas que se ha perpetuado en su mente.
“Ese derrumbe era un lugar donde se cruzaban de manera más evidentes las historias del 85 y del 17, hay muchas diferencias profundas, pero siento que se cruzaban muchas reivindicaciones interesantes. Por un lado porque los derrumbes en esa colonia en 1985 provocaron unas reacciones y un levantamiento de las mujeres obreras que estaban trabajando en unas situaciones terribles”, explica.
Un hecho que les llevó a ella y a sus amigas a plantearse por qué lo que estaba pasando era “tan parecido” a lo que se vivió en 1985, es decir, la gente tenía el mismo miedo a que el Gobierno y autoridades les “abandonara”.
De ahí que la principal conclusión a la que nos llevan estas páginas, construidas a lo largo de más de tres años, es a la de que es necesario analizar cómo habitamos la tierra porque el hecho de que tiemble no debería ser sinónimo de muerte, como así sucede en México y no en Japón, donde las estructuras están preparadas para estas catástrofes.
“La cuestión no es si la tierra tiembla, sino cómo estamos habitando ese territorio”, matiza la autora al tiempo que lanza otra de las ideas que ha dejado grabadas en los textos y dibujos del cómic: “los fenómenos son naturales y los desastres son humanos”.
“Esa idea -destaca- se repetía mucho en Ciudad de México, el desastre no se coloca en el temblor, es en lo que ocurre tras ese suceso porque la muerte no es la misma dependiendo en donde y como situemos la vida”.
Otero no ve la hora de volver a México, esa ciudad a la que su madre no ha vuelto desde hace treinta años. Info, Prensa Mexicana
Pilar Martín